Soldadura
Las campanas atraviesan la soledad y su trapecista
para atemorizar soldaduras de paloma,
desdoblándose en su quemadura
cuando las mandíbulas
se desintegran en su opaco infinito,
atrapadas para siempre en la cabina del dolor y su dinamita.
Tan lejos de este cuerpo mi corazón
permanece en la memoria de un rostro inaccesible,
y las horas pesan como agujeros,
y las semanas se abandonan con sus piezas
en meridianos de número primo.
Anochezco porque abandono mi dolor en una recámara
sin nombres
donde el paraíso tiene el mismo precio que las miradas,
y la túnica del enlatado desafía a los dioses
aferrados al silencio de los motores.
Pronuncio mundos inasibles donde se pierde la sombra
incomprendida por los reflectores de circo
y los payasos de cola.
Mariposas detenidas sobre el aceite,
y la población en circuito y su oración repetida
girando por los meses, terremotos, golpes al panorama,
pupilas en la sangre, terneros degollados,
enjambres, amarillos sobre acentos,
gigantes inútiles, artesanías, facilidades,
pero nada de esto persiste cuando llega la muerte
a devorar los castillos en la arena.
Las campanas atraviesan la soledad y su trapecista
para atemorizar soldaduras de paloma,
y las mujeres blasfeman su sueño menos duplicado.
Para construir un universo
hay que tatuarlo en los ladrillos.
El tiempo tiene menos compasión que la piedra,
y a veces es sencillo morir de hambre
cuando existen más espejos que caminos.
Anochezco porque abandono mi dolor en este abismo
sin temperatura
donde el infierno tiene el mismo precio que la huella.
En la soledad del infinito
no existe la terráquea complejidad de la escarcha,
y hay bacterias
que no pueden sobrevivir al asalto de las percusiones.
Nadie ha descrito con su sangre
los orígenes provocados por la gravedad
ni el colapso inevitable de todas las dimensiones.
La piel desconoce los ciclos de la luz
y su memoria irrepetible,
tan vagamente iluminada por el testimonio de algunas cicatrices.
Ayer conocí a una anciana
que guardaba algunos besos en el armario,
pero en algunos países
se acostumbra a llorar con los dientes
apretados en un muslo de conejo.
Sobrevivo en este mundo deformado por las paredes,
y cuando llega la noche intento imaginarme descalzo,
aunque las campanas atraviesen la soledad y su trapecista
para atemorizar soldaduras de paloma.
Sería necesario azotar el llanto de los nombres
para comprender la realidad de la hiedra,
pero el mundo desconoce a las niñas
que sangran frente a las ostias del bautizo,
solamente son insustituibles las otras multitudes
capturadas en féretros de billete,
y los corazones a plazo
que predican el evangelio de la discoteca.
Mario Santiago Carvajal
Tomado de El evangelio de la discoteca
Última edición por Mario Santiago Carvajal el Dom Jul 26, 2009 5:45 pm, editado 1 vez
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